La devoción al Sagrado Corazón de Jesús

La devoción al Sagrado Corazón de Jesús es una devoción a su Amor, representado en su Corazón. Él nos ama y nos ha amado desde toda la eternidad en nuestra pequeñez y nuestra debilidad.

“El adorable Corazón de Jesucristo late con amor Divino al mismo tiempo que humano, desde que la Virgen María pronunció su Fiat” (Encíclica Haurietis Aquas).

Él nos ofrece todo su amor abriéndonos las puertas para “hacer nuevas todas las cosas” Es fuente de esperanza, al ofrecernos asumir Él toda nuestra vida, con sus dificultades y desalientos que podamos tener. “Venid a Mi los que estáis cansados y agobiados” (Mt.11, 28-30).

Ésta no es una devoción más dentro de las tantas devociones particulares que hay, sino tal como lo ha dicho la Iglesia en diversas encíclicas, la devoción al Corazón de Jesús es el centro y fuente de la vida cristiana.

Jesús está sediento de nuestro amor; ya así se lo hacía ver a la samaritana en el evangelio diciéndole “dame de beber” (Jn 4, 5-15). Y en la cruz cuando muy pronto a morir dice “tengo sed” (Jn. 19. 28-30). Esa sed es por un amor necesitado de ser correspondido.

La única manera de entender en profundidad la devoción al Sagrado Corazón de Jesús es desde el Amor. Dice San Juan, que no es que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que “Él nos amó primero “(1 Jn 4,19). Y, el amor que Dios nos tiene lo conocemos en este Corazón. Él, movido por este Amor, se ha abajado hasta el hombre, para asumir todo lo humano, y redimiéndolo elevarlo a su misma vida divina. Es este amor, que lo ha llevado hasta la locura de la cruz.

Él tiene sed de nuestro amor. Ninguna persona realmente enamorada queda satisfecha sin correspondencia, no por ser una exigencia egoísta, sino porque es propio del amor querer unirse y estar más cerca del amado, para así poder compartir su propio bien. Y como repiten algunos santos: El amor solo con amor se paga y las heridas de amor solo con amor se curan. Esa petición de amor de Jesús a la samaritana es la misma que nos hace a los hombres en las revelaciones a Santa Margarita: “Dame de beber” – “Al menos tu ámame”.

La respuesta de amor al Corazón de Jesús se concreta en la consagración, por la cual nos ofrecemos a su divino Corazón con todas nuestras cosas, reconociéndolas como recibidas de su mano. Así, toda nuestra vida queda dirigida a la gloria de Dios como fuente amorosa de todo lo que somos y lo que tenemos.

Esta consagración personal viene a concretarse y a extenderse en las familias por medio de la entronización, acto mediante el cual se hace un reconocimiento oficial y social de la realeza amorosa del Corazón de Jesús en la familia cristiana, pidiéndole que Él reine en nuestras familias y situándolo como centro de vida de la Iglesia doméstica.

Pero la consagración al Corazón de Cristo, como respuesta de amor a su Corazón, aún tiene una dimensión más extensa en la consagración de toda una comunidad o nación al Sagrado Corazón. Por ella se pretende reconocer y expresar la realeza divina y el dominio suavísimo la ley de Cristo en la vida social. Por ella asentimos a Jesucristo como nuestro Rey y Señor y le confesamos públicamente nuestro amor, nuestro deseo de hacer siempre su santísima voluntad, y ser el criterio y esperanza de todas nuestras decisiones personales, familiares y sociales.

La devoción al Sagrado Corazón de Jesús tiene su raíz en el propio Evangelio, desde el momento en que San Juan, en la última cena, apoya su cabeza en el pecho de Jesús y percibe los dulcísimos latidos de su Corazón Divino.

Esta ha existido desde los primeros tiempos de la Iglesia, cuando se meditaba en el costado y el Corazón abierto de Jesús, de donde salió sangre y agua. De ese Corazón nació la Iglesia y por ese Corazón se abrieron las puertas del Cielo. La devoción al Sagrado Corazón está por encima de otras devociones porque veneramos al mismo Corazón de Dios. Pero fue Jesús mismo quien en el siglo XVII, en Paray-le-Monial, Francia, solicitó a través de una humilde religiosa, que se estableciera definitiva y específicamente la devoción a su Sacratísimo Corazón.

El 16 de junio de 1675 se le apareció Nuestro Señor y le mostró su Corazón a Santa Margarita María de Alacoque. Su Corazón estaba rodeado de llamas de amor, coronado de espinas, con una herida abierta de la cual brotaba sangre y, del interior de su corazón, salía una cruz.  Santa Margarita escuchó a Nuestro Señor decir: «He aquí el Corazón que tanto ha amado a los hombres, y en cambio, de la mayor parte de los hombres no recibe nada más que ingratitud, irreverencia y desprecio, en este sacramento de amor». Con estas palabras Nuestro Señor mismo nos dice en qué consiste la devoción a su Sagrado Corazón. La devoción en sí está dirigida a la persona de Nuestro Señor Jesucristo y a su amor no correspondido, representado por su Corazón. Dos, pues los actos esenciales de esta devoción son: amor y reparación. Amor, por lo mucho que Él nos ama. Reparación y desagravio, por las muchas injurias que recibe sobre todo en la Sagrada Eucaristía.

Desde su inicio, la Compañía de Jesús fue sin duda la gran difusora y defensora de esta devoción, pero posteriormente muchos institutos religiosos se sumaron a esta gran obra. Entre ellos los salesianos, que construyeron templos dedicados al Sagrado Corazón de Jesús en el mundo entero; la Congregación de los Sagrados Corazones, con la Obra de la Entronización del Padre Mateo Crawley, y muchas otras instituciones religiosas.

Tres grandes Encíclicas, incontables documentos pontificios, actos públicos multitudinarios, consagraciones, templos, congregaciones e institutos de religiosos y religiosas, colegios, revistas, etc. han sido dedicados a la devoción al Sagrado Corazón.

El Papa León XIII consagró oficialmente el mundo al Sagrado Corazón y muchas naciones también lo hicieron.

La idea de “entronizar” el Sagrado Corazón de Jesús en las casas fue lanzada a comienzos del siglo XX, por el sacerdote Mateo Crawley, SS.CC. (1875-1960) y recibió inmediatamente la mejor acogida del Papa San Pio X.

En su primera audiencia con el Santo Padre, padre Mateo le hizo lectura de un escrito con su plan para recristianizar la sociedad, conquistando para el Sagrado Corazón, familia por familia. Terminada la lectura, el Papa le colocó sus manos sobre los hombros y mirándolo fijamente a los ojos le dijo: «Es una obra de capital importancia. Conságrale tu vida. Estás empeñado en una empresa de redención social». El padre Mateo en llantos balbuceó: «¿de modo que Su Santidad bendice y aprueba la Obra de la Entronización…?» Sonriendo, el Papa santo exclamó vehementemente: «No sólo la autorizo, es mi voluntad y te ordeno que te consagres enteramente a este gran apostolado. ¡Dios lo quiere!»

En Paray-le-Monial -donde tres siglos antes el Sagrado Corazón de Jesús había prometido a Santa Margarita María: «Bendeciré las casas en que esté expuesta y sea venerada la imagen de Mi Sagrado Corazón»- el padre Mateo recibe una gracia mística extraordinaria que le llena de ardor para llevar a cabo su misión.

Predicador asombroso e incansable, el padre Mateo viajó literalmente por el mundo entero, durante 50 años, inculcando esta práctica y organizando los Secretariados Nacionales y Diocesanos de la Obra de Entronización. Primero recorre Latinoamérica y Europa para después entrar en todos los países de Asía, África y Oceanía, terminando en América del Norte. Pio XI lo llamó «Apóstol Mundial del Sagrado Corazón».

Para hablar de reparación, primero debemos pensar en el Amor del Corazón de Jesús. Todo amor es sensible pero el Amor del Corazón de Jesús, muchísimo más. Todo lo que hacemos tiene un impacto en su Corazón: nada hay que le sea indiferente: todos los desprecios, frialdades, olvidos y pecados, por más pequeños que sean, lo hacen sufrir de manera indecible. Por esto es que se revela a Sta. Margarita María con los signos de la Pasión, para hacernos ver que esa Pasión sigue de algún modo presente en cuánto a que sigue sufriendo con cada una de las ofensas. Y una de las cosas que le pide es que ella lo ame por todos los que no lo aman. Sabiendo que el Corazón del Señor sufre, por amor, queremos consolarle, ofreciéndole nuestra vida.

De aquí surge la necesidad de expiación, en reparación por los pecados de los hombres.

La reparación al Corazón de Jesús está íntimamente relacionada con la Eucaristía porque en ella encontramos a Cristo vivo. Jesús, por medio de las revelaciones a santa Margarita María de Alacoque, nos invita a la reparación mediante la práctica de la Hora Santa y la comunión reparadora. La primera, es recordar y acompañar a Cristo en su agonía en Getsemaní, velando con Él, consolando su Corazón de hombre angustiado y suplicando con humildad y esperanza su misericordia. La segunda, es comulgar con la intención de expiar las ofensas cometidas contra el Sacratísimo Sacramento. Jesús misericordioso, además, promete la gracia de la penitencia final a quienes comulguen nueve primeros viernes de mes seguidos con estas intenciones.

Ambas prácticas eucarísticas y todo acto de reparación no son más que una aceptación humilde y agradecida del amor misericordioso del Señor. Nuestra vida se convierte en una ofrenda de amor a Cristo, para dejarnos amar y ofrecer nuestro pobre amor en reparación por tantos desamores que hemos propinado.

En la cruz brotaron del Corazón traspasado de Cristo agua y sangre como símbolos de los sacramentos del Bautismo y de la Eucaristía. Del mismo modo, todos los días en la Eucaristía, se renueva el sacrificio de Jesús por todos los hombres. Es decir, así como en la cruz Jesús nos revela su corazón traspasado por amor, así también en la Eucaristía se renueva ese amor tan grande que lo llevó a entregar la vida por los suyos. Por eso, podemos decir que el principal don del amor del Corazón de Jesús es su presencia eucarística.

Con la institución de la Eucaristía, Jesucristo ha extremado todavía más su amor: no solo se hizo hombre para redimirnos, no solo murió en la cruz por cada uno y resucitó para entregarnos la vida eterna; sino que además quiso quedarse con nosotros hasta el fin del mundo (Mt, 28, 20). En la Eucaristía encontramos al mismo Jesús, a Cristo vivo, que nos ama con un Corazón de hombre y que nos espera y busca con un amor cada vez mayor. El Corazón de Cristo se ha quedado con nosotros, escondido en el pan y el vino, esperando ser correspondido. Y, como si no bastara, podemos participar de este banquete instaurado en la Última Cena, de manera que nos podamos unir y asemejarnos a Él, haciéndose posible la oración: “haz mi corazón manso y humilde como el tuyo”.

En la Eucaristía, como en ninguna otra parte, podemos encontrar el Corazón vivo de Jesús, que nos aguarda y que nos busca. Por eso mismo, la Eucaristía es el centro de las revelaciones del Sagrado Corazón de Jesús a santa Margarita María y de la devoción a su Corazón. Las dos prácticas más importantes de esta última son prácticas eucarísticas que el mismo Jesucristo le pidió a la santa en Paray le Monial: la Hora Santa de cada jueves y la comunión de los primeros viernes de cada mes. Jesús nos pide estas prácticas manifestándonos que su Corazón sigue vivo en la Eucaristía, con un inmenso amor que solo busca ser correspondido.